jueves, 15 de julio de 2010

Cosechar lo sembrado

Llegamos al fin de semestre y, como les decía a los chicos hoy más temprano, este es un buen momento para ver aquello que "uno siempre recoge lo que ha sembrado". Sí, a veces hay casualidades y golpes de suerte -o de mala suerte-, pero lo usual es que los resultados que obtenemos en la vida correspondan a los esfuerzos que hemos puesto para obtenerlos.

Este criterio es un tema formativo fundamental. Mientras creamos que nuestra vida resulta de estos golpes de suerte, nos estaremos condenando a una actitud pasiva o mágica ante la vida. Un diálogo típico de este caso sería el siguiente: "salí desaprobado porque "justo" no entregué la tarea, además el profesor me calificó mal "justo" aquél examen decisivo." Un chico así piensa que "los astros alinearon en su contra" y que en verdad tuvo "mala suerte" o alguien no le está ayudando como debería.

Afortunadamente el ejemplo contrario abunda, y nos muestra que la pasividad no es el único camino y que, más bien, el trabajo perseverante da frutos que nos llenan de orgullo y satisfacción. La semana pasada, por ejemplo, supimos que Nicolás Alfaro Milla de León, de 10mo. grado había obtenido el Campeonato Sudamericano de Karate representando al Perú. ¡Qué alegría y qué orgullo! Pero quienes lo conocemos sabemos que Nicolás -y con él su familia- viene trabajando y entrenando a diario desde hace varios años y que este merecido triunfo es el fruto maduro de la siembra y trabajo de este tiempo. Más aún, Nicolás es uno de los mejores estudiantes de su promoción y un muchacho super correcto y responsable. En su caso, como el de muchos otros en el Colegio, vemos con claridad que las cosas buenas no vienen por casualidad y que, al contrario, podemos apostar que si sigue así será un hombre de bien y un excelente profesional.

Esto mismo es lo que vemos en los ingresos a la universidad o en el desempeño profesional: el que supo sembrar en la época escolar obtiene frutos. Lo espontáneo, la creatividad, las buenas intenciones o los recursos del momento, son elementos concurrentes que siempre ayudan, pero no pueden reemplazar el trabajo serio, sistemático y perseverante.

Como padres y como educadores no podemos dejar pasar el tiempo escolar sin que nuestros chicos adquieran estos hábitos fundamentales. La cultura social no los promueve y mucho menos los medios de comunicación, así que tiene que ser un esfuerzo consciente, deliberado y sostenido de quienes tenemos responsabilidad formativa sobre ellos. Como Colegio y como familia tenemos los medios y las oportunidades, nos toca poner manos a la obra disponiendo el tiempo y dando prioridad a las actividades que nos ayuden mejor en este empeño. Entonces veremos los frutos.

¿Por dónde empezar?

Yo propondría las tres preguntas básicas de cualquier empresa exitosa:
- clarificar y tener siempre presente, padre e hijo, metas exigentes. ¿Qué te propones este año?
- concretar medios y responsabilidades ordenadas a las metas. ¿Cómo lo vas a lograr y medir?
- establecer tiempos y horarios fuera del horario escolar. ¿Cuándo lo vas a hacer?

Si lo pensamos, no es complicado y puede ser una buena tarea para estas vacaciones.

miércoles, 7 de julio de 2010

¿Sociedad de la des-información?

Luego de terminar su tarea y cerrar sus libros, uno de mis alumnos pequeños insistió con su mamá que tenía ahora que entrar a Internet, "porque allí está toda la verdad". Entonces empecé a preocuparme...

Desde la introducción masiva de Internet y los diferentes medios de comunicación de los que hoy disponemos se nos viene hablando del advenimiento de una nueva "sociedad de la información" para la cual todos debemos estar preparados y según la cual debemos educar a nuestros hijos. ¿Es así?

En primer lugar valdría la pena distinguir información de conocimiento. Para tener conocimiento necesitamos información, pero también algo más: procesarla, es decir "saber pensar". La información sola es únicamente "data". ¿De qué nos sirve una "sociedad de abundante data"? De nada, por supuesto. Es claro que necesitamos aprender y enseñar a pensar: discernir, analizar, cotejar, comparar, relacionar, comprender, sintetizar, y aplicar la información de la cual disponemos ahora en abundancia.

Cada uno de los elementos mencionados da para mucha reflexión. ¿Cómo enseñamos a realizar bien cada uno de estos procesos? Por razones de espacio quisiera, sin embargo, quedarme ahora con el primer elemento, discernir: separar lo verdadero de lo falso, lo útil de lo accesorio, lo valioso y bueno, de lo deleznable o negativo. Es quizá una de las habilidades más importantes que debemos aprender.

¿Cuántas veces nos llegan a la bandeja de correo artículos, presentaciones, imágenes, etc. de inminentes desastres, medicinas salvadoras o peligrosas, avisos de lugares de asaltos, técnicas de sobrevivencia, milagros, etc. Todos firmados por supuestos "expertos", personajes famosos, o conmovidos "testigos presenciales"?

La cosa podría quedar como broma o simple pérdida de tiempo, pero lleva a preocupación cuando escuchamos a personas adultas y razonables tomar decisiones, a veces muy graves, sobre fuentes de información tan precarias: si sigue o no tomando una medicina o siguiendo un tratamiento, por ejemplo. Y me preocupa más la generación que viene, los que no conocen un mundo sin Google y que creen que "todo" está allí para tomarlo simplemente. Con gran agudeza el crítico italiano Giovanni Sartori se pregunta sino estaríamos pasando sin sentirlo del "homo sapiens" (el hombre que piensa) al "homo videns" (el hombre que mira), una sociedad de espectadores cada vez más pasivos y desinformados.

En un trabajo reciente, el Dr. José Manuel Rivas Troitiño de la Universidad Complutense de Madrid, sostiene que estamos siendo des-informados cuando recibimos "un producto informativo incorrecto a consecuencia del silencio, la intencionalidad o el error de la fuente, del periodista o del emisor, o de su interrelación." Es decir consumimos información errónea o sesgada. La desinformación ha ido perdiendo así su sabor a espionaje y guerra fría, y gracias a la explosión tecnológica y a la globalización se ha convertido, pienso, en un factor cultural omnipresente.

No se trata de cerrar los servidores o apagar los televisores. Al contrario. Debemos hacernos capaces de aprovechar la gran oportunidad que nos ofrece la abundancia de información, empezando, como decíamos antes, por aprender a "discernir". A ser críticos con lo que vemos y leemos. A saber buscar la perla preciosa en medio de las imitaciones y la baratijas. ¡A no cambiar el oro de nuestros valores por las baratijas y espejos de moda! Ser así es no solo una responsabilidad con nosotros mismos sino con los jóvenes a nuestro cargo, tan hábiles en el manejo de los medios, pero tan necesitados del criterio y la experiencia que solo dan los años. El peligro mayor no lo veo en páginas más o menos groseras o en secuestradores informáticos, sino en abandonar a los jóvenes en el ruido de la pseudo información, en la banalidad, en las horas robadas por el entretenimiento pueril, en la confusión de verdades y valores.

Creo que nos toca como adultos ayudarles a aprovechar la gran oportunidad de construir una familia, una sociedad del conocimiento nacido de la búsqueda ardua y atenta de la verdad y del bien, ese conocimiento que al fin y al cabo recibe el nombre de sabiduría.

jueves, 1 de julio de 2010

Sobre hombros de gigantes

"Somos como enanos a los hombros de gigantes. Podemos ver más, y más lejos que ellos, no por alguna distinción física nuestra, sino porque somos levantados por su gran altura."

Bernardo, Canciller de Chartres, Siglo XI



No pocas veces nos encontramos con personas que creen haberse hecho a sí mismas y que repiten, -creo que sin pensarlo de verdad-, que "no le deben nada a nadie." Quizá no se han percatado de las manos que los han levantado, de las voces que les han guiado, de los hombros y de los cansancios de quienes les han llevado y les han cuidado cuando todavía no tenían siquiera la fuerza ni la conciencia para valerse por sí mismos.
De esos gigantes, sobre cuyos hombros nos hemos acomodado para ver las estrellas, forman parte singular maestros y maestras especiales que han tocado así nuestras vidas para siempre.
Es difícil evocarlos en unas pocas frases, cada uno a su manera y con sus características personales influyó en sucesivas etapas de nuestra vida, pero estoy seguro, sí, que tienen en común que son personas en las cuales hemos aprendido a confiar, que nos guiaron ante todo con su propio testimonio, y que supieron mostrarnos con claridad la verdad y el bien ocultos en las lecciones escolares.
El vínculo con el maestro es ante todo un vínculo hecho de confianza. Decía el Papa Juan Pablo II que en la búsqueda de la verdad, la razón necesita ser sostenida por un diálogo confiado y una amistad sincera. El diálogo educativo, ése que es capaz de sacar lo mejor de nosotros mismos, requiere de la confianza, de esa confianza espontánea que saben brindar los niños -y que necesitan para poder crecer, pero también la del joven y del adulto que la necesitan para avanzar en sus búsquedas fundamentales. La confianza se brinda al corazón que intuimos confía también en nosotros. Confiamos en el corazón abierto y transparente, no necesariamente en el que sabe mucho, sino en aquél que sabe hacer tiempo para nuestras dudas y temores, que nos abre espacios, que nos anima a avanzar, aunque sea a tientas y con errores, y permanece a nuestro lado para levantarnos y alentarnos. Esa confianza es un tesoro precioso de cristal que hoy más que nunca debemos valorar, cuidar, y agradecer.
El maestro verdadero es también un testigo. Alguien que no repite simplemente lo que sabe de oídas, sino que busca vivir lo que dice, que lo hace suyo, y que habla con la autoridad que da una existencia auténticamente asumida. Enseñamos no lo que sabemos sino lo que somos, decía un conocido educador. ¡Y no le faltaba razón! Más que las palabras nos impactan las vidas que las encarnan. La autoridad verdadera no nace de los cargos y los títulos, sino de la consistencia y coherencia de toda la vida. El maestro - testigo es siempre joven, porque siempre está buscando, por la verdad y el bien no dejan de maravillarle, porque no tiene el corazón agostado por la rutina sino que vive la ilusión permanente del que ama, y la comunica con el entusiasmo que se anuncia el amor.
Finalmente, y aunque parezca obvio, el maestro verdadero enseña. No solo acompaña, facilita, anima, gestiona o lidera -palabras hoy de moda- sino que enseña: muestra el camino, guía hacia la verdad, con firmeza, casi con terquedad, porque no revolotea con las modas y opiniones sino que sabe estar vuelto hacia las verdades que no cambian y se alimenta de su luz y su calor y hacia ellas orienta perseverantemente a sus alumnos. En un tiempo de tanta confusión, de medias verdades o de verdades débiles, urge el maestro que enseña, con claridad, con valentía, casi diría con la "humilde audacia", del que sabe que no es la verdad ni la tiene completa, pero sí que sabe adonde está y que está dispuesto a acompañarme a su encuentro.
En este día de los maestros sepamos honrar con la palabra y el recuerdo a aquellos hombres y mujeres, del pasado y del presente, que supieron levantarnos sobre sus hombros para ver mejor y más lejos.