Acabamos de vivir como comunidad educativa momentos muy duros y dolorosos que nos han vuelto, como es natural, sobre preguntas fundamentales de la existencia: ¿por qué pasan las cosas?, ¿qué sentido tiene la vida?, ¿dónde está Dios?
Estamos todavía muy cerca para comprender el sentido de las cosas que hemos vivido, y quizá nunca lleguemos a ver con claridad cosas que residen en lo más profundo de los designios amorosos del Señor, al menos hasta que podamos contemplarle cara a cara.
Sin embargo
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la última pregunta ¿dónde está Dios cuando suceden estas cosas? sí está directamente relacionada con la realidad de Dios como la fe nos la revela: en realidad la recordamos año a año pero nos quedamos en su dimensión más hermosa, sin percatarnos de sus consecuencias más hondas. Creemos, efectivamente, que Jesucristo es "el Dios con nosotros", el "Emmanuel" y lo repetimos contemplando la imagen tierna del Belén. Pero no pensamos que no está únicamente con nosotros allí, sino que ha venido para hacerse parte del tejido mismo de la vida humana en todas sus circunstancias, especialmente las más dolorosas y difíciles. Su Cruz, la Cruz de la Semana Santa es el continente de todos nuestros dolores que va recogiendo a lo largo del tiempo, de la historia, de los pasos de nuestra vida.No creemos en un Dios que nos mira desde fuera como personajes de un reality absurdo. Creemos en un Dios que se hace hombre, que sufre como hombre y que hace suyos todo el sufrimiento humano, cada sufrimiento, cada lágrima. Cuando en el capítulo 25 de Mateo nos dice que cada gesto nuestro con el pobre, el enfermo, el desvalido, el apresado, es un gesto con Él mismo, nos está diciendo hasta qu
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punto Él se ha hecho uno con nosotros. Jesucristo está presente de manera maravillosa en la Eucaristía, pero está igualmente presente en nuestra propia alma por el bautismo, y en nosotros comparte íntimamente nuestras vidas, y en nosotros sufre el mal consecuencia del pecado y de sus efectos en el desorden de la naturaleza, que "gime con nosotros con dolores de parto esperando la redención de los hijos de Dios." (ver Rom 8,22)¿Dónde está Dios?: En el corazón de la viuda, del enfermo, de la prostituta, del loco, del niño abandonado o mutiliado por la guerra, del renegado, del solitario, en cada uno de nosotros, especialmente ésos que son los últimos, para desde lo hondo de la condición humana redimirnos a todos y llevarnos a la casa de
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Padre, donde no habrán más lágrimas ni dolor.Nuestra religión no nos eleva de nuestras preocupaciones ni nos saca de la realidad de la condición humana. Al contrario la asume en todas sus dimensiones y la redime dándole sentido. Por eso una Cruz preside nuestras celebraciones recordándonos que el triunfo de Jesús es un "ya pero todavía no" hasta que la humanidad haya cumplido su último destino.