Mi primer contacto con Juan Pablo II fue, como todos, vía la sorpresa: ¿quién era este Papa polaco de nombre impronunciable? ¿sería un Papa comunista como anunciaron algunos? Muy pronto la sorpresa dio paso al entusiasmo, a la admiración, a un amor filial, y una amistad a la distancia que marcó toda mi juventud y mi vida adulta. Aprendí a ser cristiano junto al Papa polaco y ciertamente de él. Cuando le dimos el último adiós, -en realidad el 'hasta pronto'-, una parte de mi alma se fue con él. Era la sensación de despedir a un familiar muy querido, un padre, un abuelo, un confidente, un modelo. Y junto a la multitud reunida junto al altar que velaba su cuerpo en ese todavía cercano abril de 2005, mi corazón gritaba con ellos: "!santo súbito!", "!santo súbito!", "!santo ya!", "¡santo ahora!".
Nunca en toda la historia de la Iglesia un hombre ha sido declarado santo por el sentir común de todos los fieles. En teología se llama el "sensus fidei", el sentido común de la fe que reside en todos los creyentes en comunión con sus pastores, y a través del cual Dios habla también con toda verdad. Atendiendo a esta voz, el Papa Benedicto, testigo privilegiado de la vida de fe y las virtudes heroicas de Juan Pablo II, ha dado curso al proceso que lleva a la Iglesia a declarar formalmente que un cristiano está junto a Dios, que su vida es ejemplar, y que imitando sus virtudes uno llega con seguridad al cielo; que eso, al final de cuentas, son los santos.
Lo escuché muchas veces, lo leí muchas más, seguí sus viajes, y me apreté en la multitud para verlo en Lima, pero nunca le di la mano, ni pude estar muy cerca. Y sin embargo, su ejemplo y sus palabras fueron determinantes para entender la alegría y la aventura de la vida cristiana. Mirándole maduré mi vocación y la hondura de sus palabras me acercó el evangelio, me ayudó a comprenderlo y a conocer al Señor Jesús. Su ejemplo, su entrega, su apostolado incansable, sus ganas de vivir y de amar, cuestionaron mis debilidades y mi falta de generosidad como cristiano. Su apertura, su juventud eterna, no dejaran nunca que me diga a mí mismo que estoy viejo o que tengo 'derecho a descansar'. La elegancia con la que supo aceptar las limitaciones de la edad y la enfermedad, serán también algún día mi apoyo y mi norte en el atardecer de mi vida. Su cuerpo encorvado y su alma brillante, serán, ...son, mi modelo, mi deseo, para cuando yo también tenga que acudir al llamado del Padre. ¿Qué más puedo pedir de un amigo?
Cuando empezaba mi vida cristiana aprendí una definición de la amistad que me acompaña hasta hoy: "amigo es el que me lleva a Cristo". Sí, Juan Pablo II, era, ...es, mi amigo muy querido.
Hace muy poco tiempo tuve, por fin, la oportunidad de estar muy cerca de él, arrodillado delante de tu tumba bajo el altar de San Pedro. Era un día cualquiera pero el lugar entero estaba lleno de flores y una llama permanente alumbraba el lugar. Pero lo más impactante es que no estaba solo. Habían llegado muchos amigos, mucha gente madura, pero también muchos jóvenes, sacerdotes, religiosas, señoras, obreros, hombres y mujeres de diversos orígenes, todos en silencio, todos rezando, todos visitando al amigo. Este domingo estoy seguro que todos los amigos nos alegraremos unidos en la oración junto a ese amigo, que nos enseño el camino a Jesús.
Nunca en toda la historia de la Iglesia un hombre ha sido declarado santo por el sentir común de todos los fieles. En teología se llama el "sensus fidei", el sentido común de la fe que reside en todos los creyentes en comunión con sus pastores, y a través del cual Dios habla también con toda verdad. Atendiendo a esta voz, el Papa Benedicto, testigo privilegiado de la vida de fe y las virtudes heroicas de Juan Pablo II, ha dado curso al proceso que lleva a la Iglesia a declarar formalmente que un cristiano está junto a Dios, que su vida es ejemplar, y que imitando sus virtudes uno llega con seguridad al cielo; que eso, al final de cuentas, son los santos.
Lo escuché muchas veces, lo leí muchas más, seguí sus viajes, y me apreté en la multitud para verlo en Lima, pero nunca le di la mano, ni pude estar muy cerca. Y sin embargo, su ejemplo y sus palabras fueron determinantes para entender la alegría y la aventura de la vida cristiana. Mirándole maduré mi vocación y la hondura de sus palabras me acercó el evangelio, me ayudó a comprenderlo y a conocer al Señor Jesús. Su ejemplo, su entrega, su apostolado incansable, sus ganas de vivir y de amar, cuestionaron mis debilidades y mi falta de generosidad como cristiano. Su apertura, su juventud eterna, no dejaran nunca que me diga a mí mismo que estoy viejo o que tengo 'derecho a descansar'. La elegancia con la que supo aceptar las limitaciones de la edad y la enfermedad, serán también algún día mi apoyo y mi norte en el atardecer de mi vida. Su cuerpo encorvado y su alma brillante, serán, ...son, mi modelo, mi deseo, para cuando yo también tenga que acudir al llamado del Padre. ¿Qué más puedo pedir de un amigo?
Cuando empezaba mi vida cristiana aprendí una definición de la amistad que me acompaña hasta hoy: "amigo es el que me lleva a Cristo". Sí, Juan Pablo II, era, ...es, mi amigo muy querido.
Hace muy poco tiempo tuve, por fin, la oportunidad de estar muy cerca de él, arrodillado delante de tu tumba bajo el altar de San Pedro. Era un día cualquiera pero el lugar entero estaba lleno de flores y una llama permanente alumbraba el lugar. Pero lo más impactante es que no estaba solo. Habían llegado muchos amigos, mucha gente madura, pero también muchos jóvenes, sacerdotes, religiosas, señoras, obreros, hombres y mujeres de diversos orígenes, todos en silencio, todos rezando, todos visitando al amigo. Este domingo estoy seguro que todos los amigos nos alegraremos unidos en la oración junto a ese amigo, que nos enseño el camino a Jesús.