sábado, 21 de abril de 2012

Libertad y disciplina

Hoy por hoy está instalada en la mente de mucha gente la idea que "libertad" y "disciplina" son dos ideas opuestas. Que "libertad" es obrar según mi voluntad, y que "disciplina" es aquello que limita o al menos regula esa libertad.  Nada más falso.

Pienso que "libertad" y "disciplina" son conceptos dependientes el uno del otro: "a más disciplina, más libertad".  

Definamos nuestros términos para comprendernos mejor:  entendemos disciplina como "la capacidad de estar disponible a mí mismo para obrar en función de un fin previsto".  Es así que si defino que deseo salir a ejercitarme todas las mañanas, o emprender una dieta, o dedicar unas horas diarias al estudio, entonces voy a ser capaz de cumplir con aquello que he previsto. Si dejo las cosas a la mitad, si la pereza me vence o si me dejo distraer por otras ocupaciones más interesantes, entonces diré que "no tengo disciplina".

Se entiende así que la disciplina personal es como el músculo de la voluntad. Y la analogía no es gratuita. Si no entreno ese músculo entonces lo más probable es que mi libertad personal se vea comprometida. Querré hacer muchas cosas, pero nunca las emprenderé o las dejaré a medias. Las dificultades propias de cualquier  emprendimiento serio o importante será siempre más fuertes que el débil músculo de mi voluntad. Cuando decimos "esta persona no tiene voluntad" en realidad lo que queremos decir es que esa voluntad que es en realidad débil e indisciplinada.

Como todo músculo la disciplina personal debe ejercitarse para crecer. No puede fortalecerse en teoría o como fruto de largas conversaciones.  Y esto empieza desde la primera infancia. Un niño que tiene todo a disposición, que no tiene que esforzarse por nada, que ve sus menores deseos atendidos por una "fuerza externa", llámese en este caso, mamá, nana, o maestra;  es un niño que puede parecer un pequeño tirano de fuerte carácter, pero es en realidad el débil juguete de sus gustos y debilidades.

La norma externa, lejos de ser una limitación, fortalece mi voluntad.  La prescripciones de una dieta, el régimen de ejercicios previsto, el código de convivencia y vestido de una institución, exigen adecuarme a un comportamiento, a unos ritmos de trabajo, incluso a ciertas incomodidades y cansancios, y a mantenerme en ellos por un tiempo determinado. A perseverar en un esfuerzo. Todo ello viene de fuera de mí. Pero de dentro de mí viene la decisión de mantenerme en el esfuerzo por que preveo el bien que espero lograr. Entonces el músculo de mi voluntad se ejercita y se fortalece, y me hago cada vez más libre.

Todo esto presupone conocer y querer el bien previsto. En el proceso educativo, especialmente de los menores esto es más difícil. El niño no siempre puede entender por qué es bueno sentarse a estudiar cuando podría estar jugando, tomar una medicina de mal sabor, o dejar esos chocolates para después. Aquí entra la confianza en sus padres y maestros, y la autoridad que deriva de su coherencia.

Por un mal entendido amor, a veces evitamos a los chicos esfuerzos, contradicciones o el simple ejercicio de paciencia. O somos expeditivos y no nos molestamos en explicarles el por qué de las cosas. Finalmente, no deseamos sufrir nosotros mismo y cedemos a una mala cara o al llanto.  Pensemos que, en realidad, lo que estamos haciendo es un mal de proporciones. Estamos educando un hijo débil y dejándole inerme ante las verdaderas dificultades de la vida.

La formación en la disciplina personal de nuestros hijos y alumnos no es un tema de poca monta. Es hoy fundamental en el contexto de una cultura del confort que ha convertido la debilidad de las personas en una herramienta para hacernos consumidores pasivos, dependientes de la voluntad de los departamentos de mercadeo y finanzas.

Más aun, el mundo de las ideas y de la política vemos como poco a poco se va imponiendo a pueblos enteros valores y limitaciones que habrían sido impensables para nuestros padres. Con una docilidad impactante aceptamos la destrucción de la vidas por nacer, la deformación de la idea y los valores de la familia, y la intrusión del Estado en la formación de nuestros hijos, por mencionar solo unos casos.

Cada uno de estos temas, y muchos más, requieren ser enfrentados por hombres y mujeres con ideas claras y voluntades fuertes. Capaces de sostener un discurso coherente y el esfuerzo perseverante de defender los valores más fundamentales. No es el tiempo de conformarnos con  hijos buenos y respetuosos, es el tiempo de formar líderes capaces de construir una sociedad verdaderamente humana.

El Concilio Vaticano II fue un acontecimiento profético en muchos sentidos. Al releer su "Mensaje a los jóvenes", sorprende su actualidad y hondura. Pero más aún, no puede menos que impresionar que esos jóvenes a quienes convoca a tomar en sus manos el futuro de la humanidad deben ser personas con un espíritu verdaderamente fuerte y libre:
"... En el nombre de este Dios y de su hijo, Jesús, os exhortamos a ensanchar vuestros corazones a las dimensiones del mundo, a escuchar la llamada de vuestros hermanos y a poner ardorosamente a su servicio vuestras energías. Luchad contra todo egoísmo. Negaos a dar libre curso a los instintos de violencia y de odio, que engendran las guerras y su cortejo de males. Sed generosos, puros, respetuosos, sinceros. Y edificad con entusiasmo un mundo mejor que el de vuestros mayores. ..."
¿Son estos los chicos que nos sentimos llamados a formar?