jueves, 24 de mayo de 2012

“Administradores de los misterios sagrados”



Siempre me llamó la atención esta expresión referida a los sacerdotes. Siempre se me hizo como disonante. Paradójicamente es la que expresión que mejor me ha servido para explicar a mucha gente la situación que está pasando la Iglesia de Lima.
Cuando un sacerdote se ordena, el obispo le entrega simbólicamente el libro de los Evangelios y un copón eucarístico. Su oficio será de ahora en adelante predicar, enseñar, y llevar los sacramentos en nombre de la Iglesia.  En ese mismo acto promete obediencia y respeto a su obispo quien luego, ya en el plano administrativo, le otorga las licencias para ejercer ese ministerio en el territorio de su diócesis.
Esta práctica, iniciada con los apóstoles, ha continuado, con la salvedad de las formas, por dos mil años de historia. El obispo, sucesor de los apóstoles asegura así la ayuda necesaria para guiar una feligresía de cientos o miles de personas.
Así pues, el sacerdote, con todo el carisma y valía personal que pueda tener, no es dueño de su ministerio, sino “administrador”, administra ‘a nombre de la Iglesia’ , representada por el obispo, y para beneficio de los fieles.  
Si el obispo encuentra que esto no es así, su deber será llamar al orden, corregir, aconsejar, exhortar, para que la situación se corrija y el pueblo fiel no sufra menoscabo en su fe. Si nada de esto da resultado puede retirar al sacerdote el encargo que le hiciera, al menos momentáneamente.  Y si el caso es grave, iniciar un proceso de suspensión temporal o definitiva. Para eso hay un procedimiento establecido en defensa del derecho del Pueblo de Dios a recibir de sus sacerdotes y obispos la verdad confiada a la Iglesia bajo la custodia de Pedro.
Luego de seis años de diálogos, exhortaciones, correcciones, llamados al orden, etc. el Arzobispo de Lima ha llamado a un sacerdote a un diálogo personal y le ha comunicado que no puede seguir contando con él para el encargo recibido. Qué siguió de ese diálogo necesariamente privado, no lo sabemos. La disciplina de la Iglesia y la corrección exigen el silencio y la meditación personal de la persona involucrada. Sin embargo, cuando vemos de pronto a los medios haciendo suyo este tema y ventilando honras, sabemos con seguridad que hay algo que no ha funcionado bien. 
Es una pena por lo que trae confusión y daño. El escándalo es precisamente eso.  
¿Es un tema de libertad de expresión?  Para nada. Cualquiera puede opinar. Pero no es correcto querer enseñar en nombre de la Iglesia lo que son opiniones propias.  Más aún cuando se difiere del Magisterio en temas esenciales.
¿Hay intolerancia, abuso, falta de respeto? Seis años de diálogo silencioso y paciente son prueba suficiente precisamente de lo contrario. 
¿Debe el Cardenal “ser transparente” y “hacer públicas” sus acusaciones. Este largo proceso ha sido y debía ser privado, precisamente para cuidar la honra y buen nombre del sacerdote. Además el debido proceso según el Código Canónico así lo exige. 
Sorprende, pues, el súbito interés de algunos políticos y periodistas por la vida interna y salud de la Iglesia. Sorprende el despliegue mórbido de la prensa y la falta absoluta de escrúpulos y caridad en los comentarios y calificativos hacia el Cardenal, y de paso el uso y abuso del nombre e imagen del sacerdote para propósitos inconfesados.
A la Iglesia no le faltan ataques en los últimos tiempos, ni al mismo Cardenal. Y sin embargo no deja de admirarnos la honestidad y valentía del Pastor que sabe que toma una decisión difícil y seguramente incomprendida, pero que es fiel a su deber, a su conciencia y al bien de su feligresía.
Precisamente por este motivo hemos querido sumarnos a esta iniciativa de recoger firmas de apoyo a Mons. Cipriani, que no tiene otro objetivo que dejar en el corazón del Pastor una voz de aliento y la seguridad de nuestras oraciones.

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