miércoles, 9 de mayo de 2012

De las mamás y otros milagros


Hace unos días compartí con el grupo de mamás delegadas una plática sobre la maternidad desde la perspectiva de Santa María.  Y es que solemos verla "allá" en el Cielo, y nos cuesta verla en su experiencia como mujer y como madre, y de lo mucho que tiene que decirle a la mujer de nuestro tiempo.

Como madre, María acogió el misterio mismo de la vida en su seno y la hizo posible. Como esposa hizo del hogar de Nazaret un núcleo perfecto de amor y la fecundidad. María es la "mujer fuerte" cuyo talón aplasta la serpiente, "la hija de Sión" en quien la promesa del Mesías se realiza. María es ejemplo de lo que Juan Pablo II llamó "el genio femenino". Un espejo purísimo donde toda mujer puede mirarse para entenderse a sí misma. 

En María vemos a la vez la maternidad, física y espiritual, inherente a la mujer. Nos muestra cómo es posible proteger y hacer surgir la vida aún en las condiciones más difíciles. Junto a José cuidó la vida que le había sido confiada, de la persecución de Herodes, y probó la vida del hambre y del destierro en Egipto. No la vemos dudar ni quejarse. La maternidad cuesta a veces sacrificios y renuncias, y lleva al límite la capacidad de amar, pero sostenidos en el Señor, saca del mismo dolor lo mejor de nosotros mismos.

María entiende su maternidad como una vocación. Y es que toda maternidad humana es una vocación: un misterioso llamado personal que exige de nosotros una respuesta libre. Solo una respuesta libre que se renueva cada día puede verdaderamente realizarnos como personas.  

En su  "Carta a las mujeres", el Papa Juan Pablo II, con honestidad, cariño, y, singular agudeza, expresa su admiración y agradecimiento a la mujer en las diferentes dimensiones de su existencia. Y, a la vez, comparte una reflexión muy profunda sobre la naturaleza propia de la mujer. Les ofrece así un sólido fundamento para comprenderse a sí mismas, comprender la hondura e importancia de su llamado, su dignidad esencial, y la manera particular como Dios las ve. Y desde ese marco, las reta a participar de la dimensión creadora y ordenadora del mundo y de la cultura.

Entender el llamado a la maternidad como una vocación, es comprender que ya no se vive para sí misma, sino para el Amor que convoca a desplegar la propia capacidad de amar realizándose al mismo tiempo  como persona.  Como "vocación" somos invitados a la vida en el seno de una familia; como "vocación" recibimos el don del bautismo; como "vocación" entendemos que Dios nos ha pensado desde toda la eternidad y sigue pensando todavía en nosotros. Como una "vocación" debemos entender también la llamada continua de Dios a crecer y a amar en las circunstancias particulares en que nos toca vivir. No, no estamos solos. Dios nos conoce y nos está continuamente llamando.
Por eso, la primera y fundamental responsabilidad educadora de la madre es educar a su familia en la escucha de la voz de Dios en sus vidas. No se puede responder a un llamado que no se escucha,  hay que educarles por tanto en la sensibilidad, y el silencio interior y exterior para poder escuchar.  La capacidad de "estar pendiente" de las personas y las cosas es algo muy natural en una mujer y en una madre. Pendiente de los detalles de su casa, de sus hijos... es una forma de escucha que debe ser parte de su misión educadora: enseñar a su familia a "estar pendiente" de la voz de Dios en sus vidas.
Y junto a la escucha, educarles en la libertad y generosidad para poder responder con coherencia y perseverancia. La libertad es un don maravilloso en el cual tenemos que ir creciendo día a día. Es poder disponer de sí mismo para obrar el bien y la verdad. Pero ¡cuántos chicos hay que crecen prisioneros de sus debilidades y de sus egoísmos! ¡Cuántas veces confundimos el amor y el natural deseo de protegerles del dolor y de la contradicción y no les formamos para crecerse ante ellas, para ser generosos, pacientes, perseverantes, responsables! Y es que, a riesgo de convertirse en un amor posesivo, el amor que protege y cuida, debe convertirse necesariamente en el amor que ofrece y entrega: lanzarles a la vida, a su propia vocación y llamado, que es también el camino de su propia felicidad. 
Nuevamente es iluminador el ejemplo de María. Su "sí" al Señor, su "hágase", fue un sí responsable por el que se dispuso a un camino que no podía comprender del todo ni controlar del todo. Fue un activo estar a disposición, un activo acompañar y secundar la misión de su Hijo hasta las últimas consecuencias, unas consecuencias que ella no podía controlar. 
En este sentido y a manera de motivación vale la pena ver un vídeo clip llamado "Mary did you know"  que me gustó mucho porque muestra justamente esta dimensión de la vocación de María. Ella acepta generosamente un llamado y una vida cuyas consecuencias la trascendían. No se guardó para sí misma, supo donarse en amoroso servicio. Tampoco quiso retener a su hijo para sí misma: María aparece siempre donando, ofreciendo a su hijo al mundo, como cuando recibe a los magos, como cuando sugiere el milagro de Caná... como cuando le acompaña en su vida y, sobre todo, junto al altar de la Cruz.  
Y ese donarse, no fue un acto pasivo o resignado, sino una activa colaboración con la gracia de Dios obrando a través de ella en el mundo que la rodea.  María se pone en camino, -"prontamente" dice el Evangelio- a ponerse al servicio de Isabel su pariente.  Llevando a cuesta su propia maternidad hace el duro camino a la casa de Isabel. Supo hablar fuerte y claro cuando fue necesario, y guardar también un intenso silencio y esperar contar toda esperanza. Supo rezar sola y también acompañar la oración de los apóstoles en Pentescostés. María comprendía que su "vocación" no había terminado con la Ascensión: "Ahí tienes a tu hijo", Juan, Pedro, Santiago,... no, su misión continuaba y continúa todavía en nosotros como Madre de la Iglesia.
La "vocación" de una madre no termina nunca tampoco. Evoluciona y se extiende de maneras distintas con los ritmos de la vida. Sigue siendo una vocación de servicio a la familia que crece y que sigue necesitando de su servicial "estar pendiente", de su palabra, de su silencio, de su oración, de la experiencia y la sabiduría de su vida.  En la escucha y atención a su propia vocación y llamado la mujer madre va creciendo y madurando como la vid que fecunda que sigue dando fruto a la espera del viñador.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Este espacio es para comentarios sobre los temas propuestos y generales. Por cortesía y privacidad omitamos referencias personales.