miércoles, 7 de julio de 2010

¿Sociedad de la des-información?

Luego de terminar su tarea y cerrar sus libros, uno de mis alumnos pequeños insistió con su mamá que tenía ahora que entrar a Internet, "porque allí está toda la verdad". Entonces empecé a preocuparme...

Desde la introducción masiva de Internet y los diferentes medios de comunicación de los que hoy disponemos se nos viene hablando del advenimiento de una nueva "sociedad de la información" para la cual todos debemos estar preparados y según la cual debemos educar a nuestros hijos. ¿Es así?

En primer lugar valdría la pena distinguir información de conocimiento. Para tener conocimiento necesitamos información, pero también algo más: procesarla, es decir "saber pensar". La información sola es únicamente "data". ¿De qué nos sirve una "sociedad de abundante data"? De nada, por supuesto. Es claro que necesitamos aprender y enseñar a pensar: discernir, analizar, cotejar, comparar, relacionar, comprender, sintetizar, y aplicar la información de la cual disponemos ahora en abundancia.

Cada uno de los elementos mencionados da para mucha reflexión. ¿Cómo enseñamos a realizar bien cada uno de estos procesos? Por razones de espacio quisiera, sin embargo, quedarme ahora con el primer elemento, discernir: separar lo verdadero de lo falso, lo útil de lo accesorio, lo valioso y bueno, de lo deleznable o negativo. Es quizá una de las habilidades más importantes que debemos aprender.

¿Cuántas veces nos llegan a la bandeja de correo artículos, presentaciones, imágenes, etc. de inminentes desastres, medicinas salvadoras o peligrosas, avisos de lugares de asaltos, técnicas de sobrevivencia, milagros, etc. Todos firmados por supuestos "expertos", personajes famosos, o conmovidos "testigos presenciales"?

La cosa podría quedar como broma o simple pérdida de tiempo, pero lleva a preocupación cuando escuchamos a personas adultas y razonables tomar decisiones, a veces muy graves, sobre fuentes de información tan precarias: si sigue o no tomando una medicina o siguiendo un tratamiento, por ejemplo. Y me preocupa más la generación que viene, los que no conocen un mundo sin Google y que creen que "todo" está allí para tomarlo simplemente. Con gran agudeza el crítico italiano Giovanni Sartori se pregunta sino estaríamos pasando sin sentirlo del "homo sapiens" (el hombre que piensa) al "homo videns" (el hombre que mira), una sociedad de espectadores cada vez más pasivos y desinformados.

En un trabajo reciente, el Dr. José Manuel Rivas Troitiño de la Universidad Complutense de Madrid, sostiene que estamos siendo des-informados cuando recibimos "un producto informativo incorrecto a consecuencia del silencio, la intencionalidad o el error de la fuente, del periodista o del emisor, o de su interrelación." Es decir consumimos información errónea o sesgada. La desinformación ha ido perdiendo así su sabor a espionaje y guerra fría, y gracias a la explosión tecnológica y a la globalización se ha convertido, pienso, en un factor cultural omnipresente.

No se trata de cerrar los servidores o apagar los televisores. Al contrario. Debemos hacernos capaces de aprovechar la gran oportunidad que nos ofrece la abundancia de información, empezando, como decíamos antes, por aprender a "discernir". A ser críticos con lo que vemos y leemos. A saber buscar la perla preciosa en medio de las imitaciones y la baratijas. ¡A no cambiar el oro de nuestros valores por las baratijas y espejos de moda! Ser así es no solo una responsabilidad con nosotros mismos sino con los jóvenes a nuestro cargo, tan hábiles en el manejo de los medios, pero tan necesitados del criterio y la experiencia que solo dan los años. El peligro mayor no lo veo en páginas más o menos groseras o en secuestradores informáticos, sino en abandonar a los jóvenes en el ruido de la pseudo información, en la banalidad, en las horas robadas por el entretenimiento pueril, en la confusión de verdades y valores.

Creo que nos toca como adultos ayudarles a aprovechar la gran oportunidad de construir una familia, una sociedad del conocimiento nacido de la búsqueda ardua y atenta de la verdad y del bien, ese conocimiento que al fin y al cabo recibe el nombre de sabiduría.

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