Hace un tiempo me enviaron a un pequeño por un tema de conducta. Al hablar con él me explicó su opinión acerca de su maestra: "es que mi mamá dice que la miss..."
Fue interesante mi diálogo posterior con la mamá, quien no se imaginó la trascendencia que iba a tener un comentario dicho al calor de una contrariedad. No interesa mucho el comentario, ni el asunto dio para más, pero esa anécdota es muy ilustrativa para comprender cómo nuestras palabras, actitudes y comentarios marcan la imagen que los chicos tienen del mundo, de las personas y de sí mismos.
La televisión, el internet y la sociedad en general influyen en los chicos y en su manera de percibir y valorar la realidad y sus experiencias. Pero el influjo mayor en los temas de fondo lo siguen teniendo las personas afectivamente signficativas para uno. Y en la edad escolar -incluida la adolescencia- éstos siguen siendo los padres y los maestros. Nuestras palabras y opiniones configuran su mundo de valores: las cosas son buenas o malas, importantes o no, según lo que digamos. Más aún, nuestra opinión sobre ellos, nuestras palabras concretas dichas de la manera adecuada en el momento adecuado, pueden ser recordadas incluso muchos años después, para bien o para mal.
Creo que a veces no damos el peso suficiente al peso de nuestras palabras y opiniones en la formación de la conciencia de los chicos. Históricamente nos hemos ido de un extremo al otro: de una rígida separación entre el mundo social de los adultos y el de los niños, a un entremezclarse casi indiferenciado donde los niños participan como oyentes activos en conversaciones y temas de adultos -hasta en el Facebook- , que no están en capacidad de comprender plenamente, y donde llenan los espacios vacíos o que no comprenden con lo que su imaginación aporta. El mundo rígidamente separado crea incomprensiones, pero la mezcla desconcierta y genera inseguridad y visiones distorsionadas de la realidad.
Los niños no deben crecer en una burbuja, pero tampoco ser expuestos a temas y opiniones que afectan su sensibilidad, sentido de la realidad y de los valores. Para los niños lo blanco es blanco y lo negro es negro, la capacidad de entender los grises es fruto de la experiencia y la madurez.
Por otro lado es fundamental educar a los chicos a respetar el espacio propio de los adultos. La pareja necesita su espacio propio para dialogar y tocar temas o resolver los conflictos normales de la vida. Necesitan espacios de intimidad y descanso que son imposibles si no hay horarios y espacios definidos en casa. Sin éstos la relación se deteriora por falta de oxígeno.
El otro lado también es cierto. Los chicos necesitan sus propios espacios sin interferencia adulta donde jugar, discutir, hablar y aprender a negociar sus relaciones y su estar en el mundo. Los adultos debemos saber también administrar nuestra presencia en el mundo de los niños y no pretender resolver por ellos las situaciones propias de su vida. Esto no significa abandono ni la ley de la selva, pero tampoco la sobreprotección ni el pretender ser el adolescente que uno ya no es. El adulto "patero" entretiene un rato, pero a la larga genera desconfianza. Los chicos, los adolescentes, esperan que uno sea quien es, cercano pero maduro, adulto, predecible y confiable.
El padre y la madre que saben dialogar a fondo con sus hijos y darse y darles al mismo tiempo los espacios necesarios son aquellos cuyas palabras dejan huellas imborrables, aquellas que se atesoran para toda la vida porque están cargadas de la sabiduría que dan la experiencia y el amor.
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