jueves, 6 de mayo de 2010

Maternidad: Don y Misterio

Comienzo confesando que tomo la idea de este título de una inolvidable obra autobiográfica que compartió el Papa Juan Pablo II con el mundo hacia el final de su pontificado, y que se llamaba simplemente así: "Don y Misterio".   Y es que creo que al reflexionar sobre su propia vida y vocación el Papa dio con el núcleo más profundo de lo que es cada persona como llamado a ser y desplegarse: un don y al mismo tiempo, un misterio.

Al compartir estos apuntes quiero ofrecer una reflexión que nos lleve más allá del ambiente romántico-comercial-superficial con que se nos presenta anualmente el Día de la Madre.  Creo que buscar entenderla en toda su profundidad nos ayuda a valorarla en su esencia y redescubrirla como el hermoso y exigente camino de perfeccionamiento personal y de santidad que es.

¿Cómo se hace santa una mamá?   Siéndolo plenamente.

Más allá de la biología:

Identificar la procreación con la maternidad es no entenderla en absoluto.  Ciertamente la dimensión biológica es el punto de partida,  pero la maternidad humana es mucho más.  Esa relación tan especial y casi simbiótica que se establece entre el niño pequeño y la madre va evolucionando con el paso del tiempo haciéndose cada vez menos física y más espiritual.  De esta manera la maternidad como expresión de lo humano no termina nunca, al contrario, tiende a perfeccionarse con las opciones y retos de la vida.

La maternidad como un don

La maternidad humana así entendida es una vocación y un don.  Engendrar una vida humana, formar una persona, no es algo que se merece o de lo que se dispone a voluntad.  Al contrario, es un regalo inmenso, pero que trae también implícita una responsabilidad enorme.  Hay una dimensión hermosa y romántica de la maternidad que se destaca frecuentemente,  pero no debemos perder de vista que también es una carga y muchas veces un dolor que demanda renuncias exigentes: mi tiempo, mis planes, y cansancios y desvelos que muchas veces no serán reconocidos o siquiera sabidos.  En la maternidad se verifica de una manera muy clara aquello de que el ser humano es un "ser para el encuentro" y que solo se realiza cuando se entrega a los demás.

La maternidad como acto de fe

Por otro lado, y a pesar de toda la técnica, la maternidad sigue estando marcada por el signo de lo imprevisto, de lo imponderable.  Y entonces exige disponibilidad, capacidad de donación personal y una fuerte dosis de confianza y esperanza en Dios.

Como sucede siempre con todo amor, los dolores de la vida y la enfermedad  marcan sus pasos, y solo pueden enfrentarse desde amores fuertes, hondos, que ven el fondo de las cosas y tienen puesta su confianza en el amor mismo del Señor, más fuerte que la misma muerte.  Por eso pone a prueba la fe y perseverancia más fuertes.  Es por eso un acto continuo de amor.  En todo momento. En cualquier edad de la vida. En cualquier circunstancia.

La maternidad como un misterio

Dice Joseph Pieper que al aproximarse a la realidad más profunda de la persona humana nos topamos con el misterio, no como oscuridad sino como excesiva luz.  Adentrarnos así en el misterio de lo humano es penetrar en aquello que no se puede abarcar con la mirada, es toparnos con la profundidad de la Creación y del Amor creador.  La maternidad es un misterio. Vivimos por ella y en ella pero al abrirnos a esta dimensión insondable nos abrimos a la sospecha de la grandeza y dignidad de cada ser humano.

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